Después de realizar en 1980 junto a su productor de toda la vida, Tony Visconti, el mejor disco de su carrera, "Scary Monsters and Super Creeps", Bowie, que hasta ese momento había llevado un ritmo de publicación de aproximadamente un disco al año, tardó tres en publicar el siguiente, "Let's Dance" (1983), producido en esta ocasión por Niles Rodgers. Era el primer cambio de productor en muchos años. Al parecer, a Bowie le habían dolido ciertas revelaciones de Visconti en una entrevista, y cortó el contacto con él, hasta que casi veinte años después Bowie lo perdonó. Juntos hicieron los últimos discos de Bowie; de hecho, en los últimos años, cuando Bowie dejó de conceder entrevistas, Visconti se convirtió prácticamente en su portavoz oficial. Siempre he pensado que una de las razones del declive de la obra de Bowie en los años ochenta se debió a la ruptura con Visconti.
Tony Visconti |
Niles Rodgers era uno de los dos cofundadores de Chic, un grupo de música disco que hizo furor a finales de los años setenta. No deja de resultar curioso que Bowie, que había "deconstruido", por así decirlo, magistralmente la música disco en "DJ" una de las canciones más brillantes de "Lodger" (1979) y de toda su carrera (en algún momento habremos de dedicar una entrada en exclusiva a esa canción), eligiera precisamente a Rodgers como sustituto de Visconti. Curioso o, más bien, sintomático. Rodgers ha contado que, cuando Bowie le dijo que quería que se encargara de la producción de su siguiente disco, estaba convencido de que iban a realizar juntos una segunda parte de "Scary Monsters", un disco que a Rodgers le parecía absolutamente magistral. Pero no, Bowie no había contactado con Rodgers porque quisiera continuar por la senda que había recorrido a finales de los años setenta, una sucesión de obras maestras tan alabadas por la crítica y tan influyentes en algunas de sus derivaciones como decepcionantes desde el punto de vista comercial. Bowie quería un éxito comercial en toda regla. Y lo tuvo: el único disco que vendió en 1983 más ejemplares que "Let's Dance" fue "Thriller", de Michael Jackson.
El anhelo resulta perfectamente comprensible: Bowie, en determinado punto de su carrera, se hartó de no lograr lo que colegas infinitamente menos brillantes y creativos que él habían conseguido, a saber, amasar una fortuna con su talento musical. Lo consiguió, no obstante, a costa de lanzar al mercado un disco que suponía una traición en toda regla a su propio legado. Siempre he pensado que la demostración más elocuente pasa por comparar la versión original de "China Girl", una canción sobre el colonialismo (excelente, en su sencillez, la letra), coescrita con Iggy Pop para un disco publicado en 1976 por este último, "The Idiot", con el remake que Bowie parió junto a Rodgers para "Let's Dance". El extrañamiento y la acidez de la primera versión no pueden estar más lejos de las superficies ultrapulidas y del "kitsch" de la segunda (obsérvese el tratamiento de los efectos y motivos orientalizantes en cada una de ellas).
Curiosamente, sería la segunda y última colaboración de Bowie con Rodgers, "Black Tie, White Noise" (1993), la que devolvería a Bowie a la senda de la inspiración. Ya hablamos, a este respecto, en la primera entrada de este blog de una canción modélica como "Jump They Say", sobre locura y muerte, crucial en el canon de Bowie, tanto por todo lo que entronca como por todo lo que preludia. Dejaremos en esta ocasión una versión en directo, menos brillante (como casi siempre ocurría con Bowie) en lo musical que la versión de estudio, pero con el atractivo visual de ver a ese Bowie de delgadez cadavérica, traje con falda y pelo teñido de rojo que siempre nos ha enamorado.